Debe tenerse muy en cuenta que los dioses helénicas no son los creadores del Universo, sino los que lo gobiernan. De aquí que no sean tampoco eternos. La maldición lanzada por Prometeo: «¡Mordéis!». se cumplió al cabo de algunos siglos.
Estos dioses inclusive participaban de las miserias humanas. Los Aloides tuvieron encerrado a Ares, durante trece meses, en una prisión de bronce. Apolo y Poseidón fueron esclavos de Laromedonte. Durante la guerra de Troya sufrieron heridas Afrodita, Ares, Hades y hasta Hera, reina del Olimpo. Por otra parte, el imperio de estos dioses, cada uno de los cuales representa. un aspecto de la Naturaleza, es muy limitado. Cada uno de ellos reinaba plenamente en una comarca o en una Ciudad: así, Atenea en Atenas, Dionisio en Tebas, Afrodita en Chipre, Apolo en Delfos. Pero cada uno, en otras muchas ciudades, era apenas conocido y hasta menospreciado. Así. Iolas, en las Heraclidas, de Eurípides. puede exclamar: «Los dioses que combatían por nosotros no les iban a la zaga a los dioses que combatían por los argios. Si a éstos los protegía Hera, nuestra diosa era Atenea.»
Con tantos dioses, el sentimiento religioso de los hombres quedó estragado; únicamente salió ganando el aspecto legendario de la poesía. Y fue la poesía precisamente la que llegó a confundir a numerosas divinidades con el elemento que cada una de ellas presidía.
Una náyade era una ninfa; pero éra, a la vez, la fuente misma en cuyo fondo se ocultaba, cantarina, ella.