Una de las figuras que aparece con más frecuencia en los mitos y en el arte es la de Perseo, hijo de Zeus y de su amante humana Dánae. Llegó a la edad adulta en Sérifos, isla del Egeo, en el reinado de Polidectes, cuyo hermano, el pescador Dictis, salvó al héroe y a su madre. Polidectes se enamoró de Dánae, pero ella lo rechazó. Entonces, el tirano invitó a los nobles de Sérifos a una fiesta y les exigió a todos que le regalasen un caballo. En broma, Perseo dijo que le resultaría tan fácil obtener la cabeza de una de las tres Gorgonas -monstruos con cabellera de serpiente- como un caballo; Polidectes le tomó la palabra y envió al protector de Dánae a aquella misión en apariencia irrealizable.
Pero los dioses Hermes y Atenea acudieron en ayuda de Perseo. En primer lugar, el héroe fue a ver a las Grayas, tres viejas con un solo ojo y un solo diente que compartían entre las tres y las únicas que podían llevarle ante las Gorgonas. Perseo les robó el ojo y el diente y se negó a devolvérselos hasta que le dieran la información que necesitaba. Las Grayas le dijeron que se presentara ante unas ninfas que le darían una capa de invisibilidad que le haría invisible, sandalias aladas para que volara y una bolsa de cuero. Hermes le regaló una espada curva, y con todo ello Perseo voló hasta las Gorgonas. Sólo una de ellas, Medusa, era mortal, pero cuantos miraban directamente su cara se transformaban en piedra en el acto. Perseo la vio reflejada en un escudo (según otra versión, Atenea guió su mano), la decapitó y guardó la cabeza en la bolsa. Volvió a Sérifos volando, rescató a Andrómeda en el camino y al enseñar la cabeza de Medusa, Polidectes y sus seguidores se convirtieron en piedra. El héroe, que pasó el resto de su vida rodeado de paz y prosperidad, entregó la cabeza de la Gorgona a Atenea, que la llevaba sobre sus ropas para petrificar -literalmente- a sus enemigos.