Para conocerle tenemos los siguientes vestigios: fragmentes de cantos salios y de cantos arvales, el ritual de la cofradía umbria de Iguvium, los calendarios de fiestas comentadas por Ovidio en sus Fastos extractos de la obra de Varrón acerca de las cosas divinas.
Puede trazarse el siguiente bosquejo del inicio religioso de los romanos:
El animismo italiano difiere del de los griegos por la falta de imaginación. Creó menos dioses y diosas que potencias (numina), sin enlaces genealógicos, sin historia. Para nosotros, no hay casi más que hombres, cuya exuberancia estéril es poco instructiva. Roma debía adoptar tanto más las leyendas de los dioses griegos cuanto menos había sacado de su propio fonda»
No hay lugar sin genio, escribe Servio, y el mismo gramático, inspirado en Varrón, dice «que dioses especiales presiden los actos todos de la vida. Estos dieses constituyen largas listas de epítetos, imperfectamente personificados, que figuraban en las letanías o oraciones:
Cuba guardaba al niño acostado en la cuna; Abeona le enseñaba a andar ; Farinus a hablar.
Todo hombre tenía su Genio, toda mujer una Juno; en tiempos del Imperio se rindió culto a los genios de los emperadores y hasta se habló de los genios de los dioses.
Los de los campos y las casas se llamaban Larca, el lar familiar era el del hogar y la familia; se adoró posteriormente el lar imperial.
Los Penates eran los genios de la despensa (penas). Los genios de los muertos eran los Manes, objetos por excelencia del culto familiar; antes de habitar las tumbas, fuera de las casas, sirvieron de protectores para la casa misma, porque los muertos eran enterrados primitivamente bajo el hogar.
Los Larvas y los Lemures son de la misma naturaleza que los Manes, pero considerados más bien como enemigos; son espíritus que hay que calmar con ofrendas o mantener apartados con artificios mágicos».