Muchos de los mitos griegos fueron adoptados y modificados por los romanos, cuyo imperio fue la potencia dominante sobre la mayor parte del área que conocemos como la Europa moderna -e incluso más allá d ella- durante las cuatro primeras centurias posteriores a Cristo. La velocidad y el alcance de la expansión de Roma fueron extraordinarios. Cuando en 509 a. C. Roma se constituyó en República (gobernada por magistrados electos), controlaba aún un territorio relativamente escaso, pero en torno a 241 a. C. había cobrado el control de la mayor parte de Italia y en 31 a.C, cuando Roma pasó a ser un imperio bajo el mando de Augusto, estaba en camino de dominar todo el ámbito mediterráneo. Los subditos de Roma ascendían a más de 50 millo nes, con un millón de habitantes en la propia capital.
El panteón griego quedó subsumido en el romano, inicial-mente a través de los etruscos, una importante civilización de la Península Itálica que se dio entre el 900 y el 500 a. C. Y así, por ejemplo, el equivalente romano de Zeus era Júpiter; el de Hera, Juno; el de Atenea, Minerva; el de Artemisa, Diana; y el de Afrodita, Venus. No había mitos autóctonos en que tomasen parte estos dioses; tampoco contaban los romanos con algún mito relativo a la creación.
Las derivaciones romanas son pálidos reflejos de las divinidades griegas, que eran antropomorfas en algo más que en su forma; como los humanos, luchaban, amaban y se vengaban. Las deidades romanas, en cambio, no tenían psiquismo humano; eran personificaciones de varias cualidades abstractas y su personalidad era menos importante que su función.