Sun Bin, autor de El arte de la guerra, era un estratega superdotado que puso de manifiesto su extraordinaria inteligencia en una carrera de caballos entre el general Tian Ji y los nobles del reino.
Para esas carreras, siempre dividían los caballos en tres categorías, y las competiciones se efectuaban entre los animales del mismo rango. De las numerosas carreras que se habían celebrado, el general no ganó ninguna, porque sus caballos eran peores en todas las categorías que los de la nobleza. Se desprestigiaban tanto el general corno el ejército que él capitaneaba, lo que afectaba profundamente al comandante militar.
Un día, sin embargo, se presentó ante el afligido general su amigo de toda la vida, el estratega Sun Bin quien le dijo con seguridad:
—Yo te ayudaré a ganar unas carreras para animar a los soldados.
—Pero cómo? —el general se mostró pesimista.
—Yo he observado y estudiado durante mucho tiempo las competiciones. Me he dado cuenta que tus caballos no son muy inferiores a los de la nobleza. Por lo tanto, cambiando un poco la táctica, podrás ganar las próximas competiciones. Pero tendrás que hacer lo que te diga...
El día de las carreras de caballos parecía una fiesta nacional. Acudieron todas las personalidades del reino y un ansioso público. La nobleza manifestaba su gran júbilo incluso antes del inicio de las carreras con la previsión de otra victoria asegurada, mientras que los soldados y buena parte del público anhelaban un cambio de la situación.
Cuando empezó la competición de la primera categoría, toda la nobleza se reía a carcajadas por la considerable ventaja que les llevaban sus veloces animales a los del general. ¡Qué bien! ¡Otro triunfo rotundo! ¡Vamos! ¡Dejadlos atrás! ¡A ganar! Ja, ja, ja...
Pero esa alegría les duró apenas unos instantes, porque cuando empezó la carrera de la segunda categoría, vieron con enorme sorpresa cómo los caballos del general llevaban la delantera y llegaron antes a la meta. La sorpresa no fue menor en el público solidario que estalló de júbilo festejando la inesperada victoria del perdedor de siempre.
En la última carrera, la de los caballos de tercera categoría, se incrementó estrepitosamente el regocijo popular convertido en una efusiva manifestación de alegría.
Los nobles, pálidos por la sorprendente derrota, no se dieron cuenta que el autor de El arte de la guerra había cambiado el orden de salida de los caballos. Es decir, enfrentó a los de tercera con los de primera, a los de primera con los de segunda, y a los de segunda con los de tercera de los nobles. No era ningún fraude porque la clasificación de los caballos era por cuenta de los competidores.