En el reino Zhao había un diplomático de extraordinario talento llamado Lin Xiangru. Había sido enviado al prepotente reino Qin, que tenía intención de someter a los demás reinos y crear un imperio. Gracias a su inteligencia, su lealtad y su valor, se pudo salvaguardar la integridad del reino Zhao, frustrando los repetidos intentos expansionistas del soberano Qin. Sus extraordinarias contribuciones al reino le valieron ser promovido para el cargo del primer ministro.
Sin embargo, el mariscal Lian Po quedó muy resentido por el gran aprecio del rey hacia el diplomático y, sobre todo, por su nuevo nombramiento que le colocaba por encima de él. Para el mariscal, el único mérito de ese hombre era su elocuencia verbal. Pero nunca había dirigido ninguna batalla, ni conocía cómo se manejaban las armas. ¿Cómo era posible que él, habiendo realizado tantas proezas en bien del reino, no fuera tan apreciado como un diplomático? Dijo en varias ocasiones a los súbditos:
—Aunque él ocupa un cargo más alto que el mío, el día que lo encuentre, voy a desafiarlo.
Cuando el primer ministro se enteró de la proposición ofensiva del mariscal, ordenó inmediatamente a sus ayudantes tratar de evitar cualquier conflicto con la gente del mariscal, y, si fuera menester, hicieran todas las concesiones necesarias. Él mismo trató también de esquivar encuentros frontales con el altivo militar. Cuando viajaba en carruajes, cada vez que veía venir el carro del mariscal, pedía al conductor que desviara su coche por calles más estrechas.
Los oficiales del mariscal se sentían cada vez más soberbios al ver que la gente del primer ministro los eludían.
Sus ofensas eran cada vez más directas e intolerables. En algunos momentos se satirizaba públicamente sobre la cobardía de los subalternos del primer ministro, los cuales se sentían humillados y atropellados. Algunos de ellos llegaron a protestar contra tal disposición ante el propio ministro:
Su Excelencia tiene una categoría más alta que el mariscal, no comprendemos por qué le rehuye mientras que él le insulta y le ofende. Nuestra tolerancia ha sido considerada como cobardía. Si no le pone a raya, se volverá más soberbio y su gente más insoportable. Ya no podemos aguantar más.
El primer ministro les explicó pacientemente:
Comprendo lo que sentís. Pero pensad una cosa: comparando el mariscal con el rey Qin, ¿quién de los dos es más imponente?
—Desde luego, el rey Qin —contestaron todos.
Entonces, si el monarca más cruel y prepotente de la historia no me ha hecho retroceder, ¿cómo es posible que tema a nuestro mariscal? Pero tenéis que saber que el hecho de que el poderoso Qin no se atreva a atacarnos se debe a que el ejército y el gobierno se mantienen unidos. El mariscal y yo somos como dos tigres. Si nos enfrentamos en una contienda hostil, un tigre moriría y el otro quedaría herido, lo cual brindaría a nuestro enemigo una oportunidad de oro para conquistar nuestro reino. Decidme, ¿es más importante la seguridad del país o la dignidad personal?
Estos razonamientos convencieron a todos sus ayudantes, quienes permanecían sumamente cautos frente a los desaires y provocaciones de los militares. Al final, los militares se enteraron de la actitud generosa del primer ministro e informaron al mariscal. Conmovido por la nobleza del primer ministro y avergonzado por su propia conducta, decidió pedirle disculpas personalmente.
Al día siguiente se presentó humildemente ante la puerta de la residencia del primer ministro portando un palo espinoso para que con él le azotara la espalda como era tradición en ese reino. El primer ministro salió rápidamente a su encuentro, rogándole pasara a su residencia. El mariscal se puso de rodillas, ofreciéndole el palo espinoso. El indulgente Xiangru arrojó el palo y le rogó que se incorporase.
Desde ese momento los dos se hicieron buenos amigos y juntos fortalecieron el reino Zheng.