Cuando el ministro Yan volvía a su casa después de realizar una visita oficial al reino Jin, se encontró con un pobre leñador en el camino. Pidió al conductor detener su carruaje y se bajó para saludar al hombre humilde:
—¿Quién es usted?
—Yo soy Yue, alias «Padre Piedra».
Al ministro le sorprendió enormemente su respuesta, puesto que sabía que Yue tenía fama de ser un hombre muy culto.
—¿Pero qué le ha pasado? ¿Por qué se encuentra aquí?
El leñador Padre Piedra le contestó humildemente:
—Soy esclavo de una familia rica. Me han enviado a cortar leña. Como es un camino largo, descanso dos veces durante el viaje.
El asombro del ministro no pudo ser mayor:
—yero cómo es posible que se haya hecho esclavo teniendo la cultura que tiene usted! ¿Desde cuándo ha caído en la desgracia y por qué?
Le contestó el letrado:
—Pasábamos hambre en mí familia. Yo no podía mantenerla con mis conocimientos. Hace tres años, no tuve más remedio que entrar en la servidumbre de una familia adinerada.
El ministro sintió compasión por el desgraciado letrado.
—¿Se puede pedir tu libertad pagándole al propietario?
—Sí, señor. Un caballo vale más que un esclavo.
El ministro desató uno de los caballos y lo llevó a la casa donde el pobre hombre servía de esclavo. Con eso recuperó la libertad de Padre Piedra. Le ofreció trabajo en el ministerio con un sueldo mensual.
Continuaron el viaje y llegaron juntos a la residencia del ministro. Éste se apeó del carruaje y entró en su casa sin hacerle caso a Padre Piedra. El esclavo recién liberado se ofendió y quiso marcharse. Cuando el ministro se enteró, salió y le dijo:
—Yo no le conocía, pero le he ofrecido libertad y trabajo, ¿le parece poco lo que he hecho por usted? No comprendo por qué me abandona.
Padre Piedra se sintió más ofendido todavía:
—Puedo aguantar el maltrato de alguien que no me conozca. Pero si el desprecio procede de alguien que conoce mis aptitudes, no lo aguantaría nunca. Es cierto que he sido esclavo durante tres años, pero no le doy mucha importancia. Sin embargo, usted conoce mi valor, por eso ha conseguido mi libertad. No creo que por ese favor que me ha hecho tenga motivos para despreciarme. Me di cuenta de que cuando montamos en el carruaje no me invitó al asiento. No me ofendí porque pensé que posiblemente se trataba de un olvido casual. Pero al llegar a casa tampoco me ha hecho caso. Eso ya es desprecio. Puesto que tanto aquí como allí soy despreciado, es preferible volver allí y seguir de esclavo.
Al oír sus argumentos, el ministro se dio cuenta de su arrogancia. Le pidió disculpas sinceramente:
—Lo siento muchísimo. Antes sólo lo conocía por la apariencia, pero ahora conozco su sentimiento. Lo aprecio más que nunca, quédese conmigo. Concédame una oportunidad para corregir mis errores.
Padre Piedra decidió quedarse. El ministro ordenó que le prepararan una habitación confortable y lo invitó a cenar. Lo colocó en el sitio más ilustre de la mesa y le sirvió el vino. Sin embargo, Padre Piedra no estuvo conforme tampoco:
—No me agrada nada su ritual de cortesía. El respeto tiene que ser natural y espontáneo. Me sentiré cohibido si me trata siempre así.
Desde entonces Padre Piedra se convirtió en un consejero franco, fiel y extremadamente honrado del ministro.