Viajamos al reino de Chi. Allí habitaba un hombre muy bien parecido, esbelto y de excelente porte, llamado Dsou Chi. Cierta mañana, tras arroparse con bellas prendas, se contempló detenidamente en el espejo y se dijo:
—¡Qué elegante estoy! Y realmente soy apuesto. ¿Quién es más hermoso el señor Shui, de la ciudad del norte, o yo? Se lo preguntaré a mi esposa.
Dsou Chi le preguntó a su mujer, y ella repuso:
—¡Oh, querido! Ni siquiera sé cómo puedes compararte con él. Tú eres mucho más atractivo.
Pero Dsou Chi no se quedó muy convencido, ya que el señor Shui era célebre en todo el reino por ser el hombre mejor parecido y más atractivo. Por eso, cuando estaba en los brazos de su concubina, le preguntó quién le parecía más atractivo. La concubina afirmó:
—Por supuesto que tú, amado mío. Ni siquiera hay posible comparación.
Un día después llegó un visitante a la residencia de Dsou Chi. Este visitante conocía al señor Shui y le hizo la misma pregunta que a su mujer y a su concubina. El visitante contestó:
—Le aseguro, señor, que usted es mucho más apuesto.
Esa noche Dsou Chi volvió a mirarse detenidamente ante el espejo. Se comparó él mismo con el señor Shui y llegó a la contundente conclusión de que dicho señor era mucho más apuesto que él. De ahí que cuando estaba tratando de conciliar el sueño y no lo conseguía, reflexionó así: «Mi mujer me ha asegurado que soy el más elegante simplemente para halagarme; mi concubina lo ha afirmado porque me teme; el huésped lo ha aseverado porque necesita algo de mí.