Al lado del río Wei había muchos sauces llorones que mecían sus largas y fláccidas ramas sobre la superficie de las aguas verdes. Un día apareció un viejo de barbas blancas sentado a la sombra de un árbol, con una caña tendida hacia el caudaloso río. Miraba las aguas que corrían a sus pies. Parecían las mismas de siempre, pero ¡cómo ha cambiado el mundo con el trascurrir del tiempo! La crueldad y el despotismo del caudillo Zhou llegaba a sus límites, provocando una protesta general del pueblo que reclamaba un cambio radical. Había oído que se estaba formando un movimiento insurgente dirigido por Wen Wang, un rey que buscaba a personas con talento para ensanchar su poderío.
Desde ese día, el viejo Jiang siempre se sentaba a la orilla del río con la caña de pescar tendida. Cierto día, un leñador joven bajó de la montaña cargando dos haces de leña en un palanquín. Se arrimó al árbol para descansar un momento. Saludó al viejo pescador y entabló conversación con él. De repente se puso a reír a carcajadas señalando la caña del pescador:
—¿Qué le ocurre? ¿Por qué tiene el anzuelo encima del agua? Además, ja, ja, ja, lo tiene recto. ¿Cree que así puede hacer picar a los peces?
El viejo no se inmutó:
—Evidentemente, mi intención no es sacar peces del agua. Por cierto, llevo muchos días aquí y no he capturado ninguno. Estoy aquí para encontrar a alguien que me sepa apreciar.
Al leñador le pareció descabellada la intención y le dijo:
—Teniendo la edad que tiene, me parece difícil que encuentre a un santo que no desprecie a los viejos.
Diciendo esto, el leñador levantó la pesada carga y se puso a caminar hacia la ciudad para vender su leña. Antes de alejarse mucho, oyó que el viejo le decía en voz alta:
—Ten cuidado, joven. He visto un mal augurio en tu cara. Es posible que mates a alguien accidentalmente.
El leñador se alejó murmurando un insulto por la maldición del viejo. Cuando llegó a la puerta de la ciudad había mucha gente en la calle. De repente, alguien chocó con él haciéndole perder el equilibrio. Se tambaleó durante un instante, de manera que el pesado bulto que llevaba en un extremo del palanquín se posó en el suelo. Se zafó el palanquín, giró con gran velocidad describiendo un rápido círculo en el aire y golpeó mortalmente la cabeza de un transeúnte. El leñador fue detenido inmediatamente y llevado ante el rey Wen Wang.
Según la tradición, el que causaba accidentalmente la muerte de otra persona debía pagarlo con su propia vida. El leñador aceptó la muerte, pero le dijo al rey:
—Mi madre está enferma y ya es muy mayor. Le ruego que me permita ir primero a casa para arreglar un poco su vida. Luego vendré a recibir el castigo.
El rey se lo concedió, pensando que no podía escaparse.
El leñador corrió hasta donde estaba el viejo pescador y le comentó lo que acababa de suceder:
—Sálveme, santo pescador. Con lo previsor que es, estoy seguro que me puede salvar.
El viejo sintió compasión por el leñador y, para evitar que su madre no fuera afectada, aceptó ayudarle con magia.
El rey esperó varios días en vano, al final, a causa de los efectos de la magia, quedó convencido de que el fugitivo se había ahogado en el río.
Más tarde, en una de las cacerías, encontraron al mismo leñador. El rey se puso furioso. Pero cuando el joven fugitivo le contó la historia del pescador, el rey quedó agradablemente sorprendido.
—Si me ayudas a encontrar al viejo, te concederé la libertad.
El leñador llevó al rey adonde pescaba el viejo Jiang. Tras un breve diálogo, el rey confirmó el extraordinario talento y la profunda sabiduría del viejo, a quien le nombró Consejero Real. El viejo Jiang no defraudó la enorme esperanza que el rey depositó en él: le ayudó a fortalecer el reino y a vencer a los caudillos militares, implantando una nueva monarquía en el centro de China.