y Se había despertado en él el ansia de hallar la verdad, una realidad más allá de la realidad aparente. Había perdido todo interés por su trabajo, su familia y sus relaciones sociales. La vida se había convertido en un sinsentido. Se preguntaba por lo esencial de lo esencial, el núcleo del núcleo, el origen del origen. Atormentando y anhelante porque alguien con la visión esclarecida le reportase instrucciones espirituales para encontrar la serenidad tan deseada, se despidió de su esposa, hijos y amigos, y partió de viaje.
Rastreando como un sabueso hambriento, viajó por la inmensa China a la búsqueda de un maestro que pudiera proporcionarle claves precisas y métodos válidos para recorrer la senda hacia lo Incondicionado. Oyó hablar de un maestro mayor que toda su vida se había entregado a la autorrealización y viajó hasta donde el venerable maestro se encontraba.
—Señor —dijo el recién llegado. Mi corazón está en penumbra y mi mente en sombras, ¿puedes darme instrucción espiritual? He viajado por todo el país y llevo muchos meses de un lado para otro buscando el maestro.
—¿Y has perdido tanto tiempo y energía, tanto esfuerzo inútil? —repuso el maestro ante la decepción del que fuera hombre de hogar.
—Pero, señor... —balbuceó.
—¿Tan oscura está tu mente, mi buen amigo, que dejas un tesoro fabuloso en tu casa y te dedicas a dar vueltas de aquí para allá, de espaldas a lo más hermoso que tienes? Nada puedo entregarte que no puedas conseguir en tu vida cotidiana; no te dejes embaucar por los juegos de ilusión de la mente, que nos escamotea la realidad tal cual es. No es dejando tu vida cotidiana como la hallarás, sino despojándote de los engaños de tu mente. Nada tengo que enseñarte. Nada tengo que mostrarte. Ninguna disciplina tengo que darte. Deja de dar vueltas de aquí para allá, vuelve a tu casa y realiza allí tu trabajo hacia fuera y hacia dentro.