El secreto no sólo está en dar, sino en saber qué hay que proporcionar. De otra manera podemos dañar a la «gaviota».
Era un día claro y despejado. Una hermosa gaviota sobrevoló la capital de Lu y, finalmente, se decidió a bajar y posarse en uno de los distritos de la ciudad. Fue notificado de ello el gobernador de Lu, y no sólo acudió a dar la bienvenida a la gaviota, sino que determinó preparar un festejo para ella.
Se dispuso un templo para la situación. Los mejores músicos comenzaron a tocar, pero aquella música atolondraba a la apacible gaviota. Se quemaron sándalos e inciensos, pero aquellos aromas mareaban al ave. Se hicieron largos sacrificios, que confundían a la visitante. Pero, además, se le hizo tomar viandas y licores, aun a su pesar, en el afán de agasajarla lo mejor posible. Todo ello a lo largo de varios días, hasta que el animalito murió de tristeza y desolación. El gobernador había agasajado tal como él hubiera anhelado ser agasajado, en vez de ponerse en el lu gar de la gaviota.