Un día esplendido una ostra se tendió en la arena a tomar sol, abrió su concha para que los agradables rayos del sol calentaran sus tiernas entrañas. Disfrutaba satisfecha del grato momento , cuando una grulla pasó a su lado y metió su largo pico para comer la exquisita carne. El impacto del dolor hizo a la ostra cerrar convulsivamente su concha antes que la grulla pudiera retirar el pico, quedando firmemente atrapada. Estaban en una postura incomoda para las dos. La ostra no podía cerrar sus conchas de protección y la grulla no podía retirar su largo pico. Pero la grulla no quería soltar la presa y la ostra tampoco quería librar al agresor. Empezaron a discutir dispuestas a no ceder ni un ápice:
—Si no me sueltas, te vas a morir deshidratada —maldecía la grulla.
—Tú también te morirás de hambre en dos días, contestaba la ostra con el mismo tono de enemistad.
Tan frenética discusión se prolongó toda la mañana. Al mediodía aún continuaban la contienda sin cesar. Al parecer, no iban a ponerse de acuerdo nunca.
En eso pasó un pescador, las vio y se rió a carcajadas. Las dos se convirtieron en presa del afortunado pescador. Ya en la cocina, las dos seguían forcejeando sin ceder un ápice.
De igual y necio modo procedemos los seres humanos, creando inútiles fricciones hasta que la muerte nos toma.