Los seres humanos a menudo tenemos la visión mental tan distorsionada o perturbada como un hombre del reino de Chu que estaba cruzando un caudaloso río. Se servía para ello de una barca y llevaba consigo una espada. De repente, la barca se movió y la espada que el hombre portaba se precipitó al río.
—No hay que preocuparse —se dijo a sí mismo el hombre.
Hizo en el costado de la barca una marca, a fin de saber dónde había caído la espada. Y se dijo satisfecho:
—Ya tengo localizado el sitio donde ha caído la espada. Así podré hallarla luego fácilmente.
La barca llegó al embarcadero. Ante la sorpresa del barquero, el hombre, ni corto ni perezoso, se lanzó al agua y se sumergió en busca de su espada, justo debajo del punto que había marcado en el costado de la barca.
Transcurrieron las horas buscando afanosamente la espada. ¡Pero si él mismo había hecho la marca por donde justo cayó la espada! No podía explicárselo. Era de noche y seguía buscando anhelosamente su espada.