La hermana Yousan entró en la residencia Ning cuando falleció el jefe de aquella familia aristocrática. Para preparar la ceremonia fúnebre hacía falta incrementar el personal de servicio, por lo que acudió a ayudar en los trabajos preparativos, invitada por su hermana mayor, que ya llevaba años trabajando en aquella casa.
Impresionados por la belleza de la nueva criada, los dos enamoradizos señoritos de la familia de luto quisieron abusar de ella, pero encontraron una firme resistencia en la doncella. Tras varios intentos frustrados, no se atrevieron a meterse con ella, deseando únicamente que se casara con alguien para echarla de la casa.
La hermana Yousan quería marcharse también, porque estaba enamorada de un joven bohemio, díscolo y arrogante. Se habían conocido por casualidad e intercambiaron algunas palabras. Desde entonces, la bella hermana juró que se quedaría soltera toda la vida si no podía casarse con él. Lo esperó dos años, porque su amado se había fugado por haber herido en una pelea a un rival suyo. Más tarde, después de reconciliarse con su rival, volvió al pueblo. Fue entonces cuando se enteró del sentimiento afectivo de aquella bella mujer que había conocido hacía dos años. En realidad, nunca se había olvidado de la hermosa muchacha, pero no había sospechado que pudiera fijarse en él. La noticia resultó una sorpresa agradabilísima. Aceptó comprometerse con ella, para lo cual entregó al mensajero una espada preciosa, como testimonio de su amor.
La hermana Yousan recibió la espada como la mejor joya del mundo. Contempló largamente sus detalles de la decoración y su filo mortífero. La colgó en la cabecera de su cama y de vez en cuando acariciaba sus finos adornos. Cada vez que se acordaba de su amado experimentaba una dulce esperanza.
Un día, cuando el novio de Yousan fue a visitar a un amigo suyo, se enteró de que su amada se encontraba trabajando de sirvienta en la residencia
Ning. La noticia le estremeció. Conocía perfectamente lo lujuriosos que eran los hijos de aquella familia desprestigiada. No podía creer que su amada estuviera en manos de aquellos hombres. Exclamó:
—En aquella casa, salvo los dos leones de piedra de la entrada, todo lo demás ha sido deshonrado.
Se hacía todo tipo de elucubraciones sobre cómo su amada sería lisonjeada y poseída posteriormente por aquellos cazadores de amores fortuitos. Se sintió humillado, pisoteado y burlado; una sensación que hería cruelmente su amor propio y su más íntimo ser. Se dirigió directamente a la residencia Ning para reclamar su espada y cancelar el compromiso matrimonial.
Cuando llegó, los hijos de aquella familia lo interceptaron ante la puerta de la habitación de Yousan, preguntándole en un tono malicioso:
—¿Vienes a llevarte a tu preciosa mujercita?
Los ojos de aquel furioso hombre echaban fuego de ira.
—No, al contrario, vengo a reclamar mi espada. Mi familia me ha concertado matrimonio con otra muchacha más limpia.
Los dos hombres parecían disfrutar del martirio que sufría el joven, dramatizando la situación:
—¿Pero si estás comprometido con la más guapa de nuestras criadas?
—Prefiero sufrir cualquier castigo antes de ser humillado en mi dignidad.
Diciendo esto, apartó a los dos maliciosos y quiso forzar la puerta, cuando ésta se abrió de par en par, apareciendo su amada con una expresión trágica.
—No hace falta que digas nada. Te devuelvo tu espada.
Entró, descolgó la espada y salió mirando secamente a los ojos de su novio. Estaba segura de que le habían contado lo que normalmente pasaba con las chicas en esta casa. Pero le mortificaba que su amado no la conociera y comprendiera.
—Esta espada es lo único que tengo en este mundo. Si te la llevas, llévate también mi alma.
Le alargó la espada, quedándose con el mango, en el momento en que su novio cogía la vaina. Sacó el arma y se la llevó bruscamente al cuello. De repente, centenas de pétalos de melocotón, color carmesí, cayeron al suelo y una figura de jade fragante se desmoronó. Sólo en ese momento el soberbio novio de la hermana Yousan se dio cuenta de la dignidad de su novia inmaculada:
—¡Estúpido de mí que no sabía cómo eras!
El mismo día del entierro, el afligido novio de la difunta se rasuró la cabeza e ingresó en un templo budista para ser monje durante toda la vida.