Durante la prolongada Guerra de los Reinos Combatientes, un hábil estratega llamado Su Chin logró convencer a los reyes de los distintos países víctimas de las ambiciones anexionistas de Qin, para que formaran el Frente de los Seis Aliados para luchar conjuntamente contra el poderoso enemigo común. Su extraordinario don de palabra y la extrema lucidez de sus criterios le permitieron colocarse como primer ministro de los aliados.
Una noche, cuando descansaba en el jardín de su casa, entró sigilosamente un asesino enviado por el rey Qin y lo hirió mortalmente.
El criminal se escapó. Fue en vano todo esfuerzo de búsqueda durante los días que siguieron al atentado del Ministro. Antes de morir dictó su última voluntad: que se le declarara «traidor de la causa común» y se le aplicara la pena de muerte desmembrándolo vivo con cinco caballos que tiraran de su cuerpo hacia direcciones distintas. Era la ejecución más espeluznante de aquella época, aplicada sólo a los criminales de mayor grado. Tomó la firme decisión de morir trágicamente para capturar al asesino a sueldo.
La sangrienta ejecución se realizó en público, después de la cual se anunciaron las «fechorías» del ejecutado. Los curiosos que presenciaron el acto expresaron su conformidad con la sentencia y dijeron que no merecía menos. El asesino, que entonces estaba entre la multitud, exclamó:
—Yo sabía que era un traidor, por eso lo intenté matar hace unos días.
Al oírlo, los guardias que estaban camuflados y mezclados entre la multitud lo detuvieron inmediatamente. El asesino quiso recibir un fabuloso premio de los reyes aliados por su miserable hazaña y encontró la muerte tan sólo media hora después de la de su víctima.
No hay en la historia de China una muerte tan atroz, tan estoica y a la vez tan inteligentemente utilizada.