Zhang Liang era un joven aplicado y modesto. Solía viajar por todo el país en busca de maestros que pudieran enseñarle algo útil. Su sencillez y humildad le ayudaron mucho en ese aprendizaje. Llegó a conocer a unos auténticos talentos que le ampliaron en gran medida su horizonte de conocimientos.
Una vez, en un puente ubicado en las afueras de un pueblo pequeño, vio a un viejo de blanca barba apoyado en la barandilla del viaducto. Al verlo acercarse, el viejo estiró intencionadamente la pierna, dejando caer una zapatilla debajo del puente. Entonces se dirigió a Zhang en tono muy poco amistoso:
—Oye, joven, tráeme la zapatilla.
A Zhang le molestó un tanto la grosería del viejo. Sin embargo, pensando en su edad, aguantó su capricho. Bajó al río y le trajo la zapatilla. Pero el anciano, en vez de agradecerle el favor, tendió la pierna y le pidió que le calzara. Zhang se puso en cuclillas y amablemente le puso la zapatilla.
El viejo se puso a andar sin dar muestras de la mínima gratitud. Zhang se dio cuenta de que el anciano tenía un modo de caminar enérgico, rápido y marcial, lo que revelaba su condición de guerrero excepcional. Lo alcanzó y le rogó que lo aceptara como alumno. El viejo se volvió y le dijo sonriendo:
—Bueno, joven. Ven aquí dentro de cinco días por la mañana.
El joven se alegró sobremanera de encontrar a un nuevo maestro. Esperó con ansiedad cinco días y al sexto se levantó temprano para ir al puente. Al llegar, vio que el viejo ya estaba allí. Se le veía desilusionado.
—Joven, si quedas con un viejo, tienes que llegar antes que él. No hay que hacerle esperar. Ven otra vez al cabo de cinco días.
Tuvo que resignarse y esperó otros cinco largos días. Al sexto, se levantó muy temprano y corrió hacia el puente. Pero el viejo ya estaba allí esperando.
—Otra vez has llegado tarde. Ven por última vez dentro de cinco días. —Diciendo esto, se marchó el viejo.
Zhang tomó la determinación de llegar antes que el viejo la próxima vez. La víspera del día señalado para la entrevista se acostó sin desvestirse. Se levantó apenas hubo dormido un poco, corrió hacia el puente con el cielo todavía lleno de estrellas. Esta vez sí ganó al viejo madrugador.
Esperó un buen rato hasta que se presentó el viejo con una amplia sonrisa en la cara.
—Joven, lo has hecho muy bien. He podido comprobar tu vocación de superación y tu paciencia. Como recompensa a tus sacrificios, te voy a regalar un libro sobre las artes de la guerra. Llévatelo a casa y léelo. Aprenderás mucho de él.
Al cabo de unos años, el modesto joven se convirtió en un famoso estratega militar.