En el reino Chu había un famoso artesano de espadas. Las armas que él templaba eran terriblemente
afiladas. Una vez recibió la orden real de forjar una espada para el rey. Después de muchos días de trabajo, en los que vertió todo su conocimiento profesional y largos años de experiencia, ofreció al monarca una espada inigualable que podía cortar el hierro como si fuera barro. El rey se alegró al ver el arma más potente del mundo, pero por temor de que el maestro pudiera hacer otra igual para otros monarcas, mandó asesinarlo. Antes de la muerte, el artesano escondió una espada de las mismas características, para que su hijo pudiera vengar su muerte cuando fuera mayor.
Su hijo se llamaba «Ceja Larga», por sus cejas de inusual longitud. Este joven, huérfano de padre, era valiente y generoso como nadie. Al enterarse de la trágica muerte de su padre, juró venganza y justicia. Sacó la espada que su progenitor había escondido y se dirigió a la capital. Pero a medio camino vio carteles con su nombre y retrato, describiéndolo como el traidor más peligroso del reino. Los guardias de la corte andaban en su busca para detenerlo. Resultaba que el rey había tenido una pesadilla uno de aquellos días y soñó que «Ceja Larga» lo iba a matar. Por eso ofreció una fuerte recompensa por su cabeza. En esas circunstancias, el joven no tuvo más remedio que refugiarse temporalmente y retrasar su plan de venganza.
Transcurría el tiempo con creciente desesperación. Un día, en el bosque que le servía de refugio, el joven se encontró con un hombre vestido de negro, quien, al enterarse de su propósito de venganza, le sugirió una tremenda idea: ir a ver al rey con la cabeza de «Ceja Larga» y aprovechar la ocasión para matarlo. A pesar de lo descabellado de su plan, «Ceja Larga» no vaciló ni un segundo y se cortó la cabeza con la espada de la venganza.
El hombre vestido de negro se entrevistó con el rey, ofreciéndole la cabeza del vengador. Tras comprobar la identidad del muerto, el rey ordenó que la abandonaran en las afueras de la ciudad. Sin embargo, el hombre le recomendó cocer la cabeza en una olla grande para disipar definitivamente el mal espíritu de la venganza. Prendieron fuego y la cocieron durante tres días con sus noches, sin lograr que se deshiciera la serena expresión de la cabeza. El hombre vestido de negro sugirió al rey que se asomara a la olla para que su majestuosidad se impusiera al espíritu siniestro. El rey lo hizo, momento que aprovechó el héroe, quien, sacando hábilmente la espada de la venganza, decapitó al monarca. La cabeza real rodó hacia la olla de hirviente agua, en la cual se desencadenó una lucha dantesca con el hijo del artesano. Se hundían y volvían a flotar entre el hervor de las aguas con mordiscos y cabezazos, sin poder definir quién era el vencedor. El hombre del vestido negro se desesperó y se cortó la cabeza para ayudar al hijo del artesano. Estuvieron siete días luchando en la enorme olla, hasta que se deshicieron las tres cabezas. Los cortesanos, aterrorizados por la lucha infernal de los espíritus, no podían identificar la cabeza del rey. Tuvieron que dividir el caldo de la olla en tres partes iguales y dieron sepultura real a los tres, denominando la tumba conjunta con el nombre de «Tres Reyes».