El general Guan Yu fue herido en el brazo derecho por una flecha cuando dirigía el ataque a la sitiada ciudad Fan. Cayó de su caballo, siendo socorrido por los soldados que lo trajeron al cuartel. Sacaron la flecha, pero se dieron cuenta de que la punta de la misma estaba envenenada. Tenía el brazo monstruosamente hinchado. El veneno había llegado ya a los huesos. Le sugirieron desistir del plan de conquista y retirarse para curar la herida. Pero el general se negó rotundamente. Ordenó mantener el sitio de la ciudad y volver a atacarla en cuanto se le sanase la herida. Los médicos del ejército dijeron que eran incapaces de curarlo, por lo que se envió a varios soldados en busca de buenos cirujanos.
Un día se presentó en el cuartel un médico llamado Hua Tuo, quien dijo:
—Me he enterado de que el famoso héroe ha sido herido por una flecha venenosa. Quisiera ver si puedo hacer algo.
Los oficiales sabían que el cirujano había hecho verdaderos milagros en el tratamiento de heridos graves. Lo llevaron a la tienda del general, quien se encontraba jugando al ajedrez con su amigo Ma. Tras examinar cuidadosamente la herida, el médico afirmó:
—Tengo que decirle que el veneno se ha propagado hasta los huesos del brazo derecho. Hace falta operarlo inmediatamente. De otra manera sería imposible salvar su brazo.
El general le preguntó tranquilamente:
—¿Cómo me lo opera, doctor?
—¿Es preciso fijar un aro de hierro en la columna, atravesar su brazo derecho en el aro, atarlo con cuerda y tapar su cabeza con una manta. La operación es dolorosísima, porque no se puede usar anestesia. Tendré que ampliar la herida hasta llegar a los huesos y rasparlos para eliminar el veneno. Después cerraré la herida con un hilo y aguja, y aplicaré medicinas para evitar la infección. Es la única manera de curarlo, pero temo que no tengo medios eficaces para reducir el intenso dolor...
—No se preocupe —le interrumpió el general Guan con una sonrisa en la cara—, no necesitaré ni columna, ni aros, ni las demás historias. Opéreme tranquilamente después de la comida.
Lo convidó a una suculenta comida en la que tomaron abundante licor. En cuanto terminaron de comer, el general se sentó otra vez con su amigo para seguir el juego, descubriéndose el brazo derecho para que el cirujano lo operara.
Hua cogió un afilado cuchillo desinfectado y puso una palangana debajo del brazo herido del general, a quien dijo:
Le va a doler mucho, no se mueva.
Tranquilo, doctor. Empiece cuando pueda. No se preocupe por mí.
Al decirlo, inició la partida de ajedrez más dolorosa en la historia del mundo. Hua Tuo ensanchó la herida y descubrió los huesos, raspándolos con un cuchillo para quitar el veneno. Los militares que estaban al lado desviaron la vista de la ensangrentada herida del general, mientras que éste, sin ninguna queja, se concentraba en la estrategia del ajedrez. Su adversario, notablemente nervioso, no lograba colocar bien las piezas por el temblor de la mano. Mientras tanto, dentro del silencio de la tienda, se oía el goteo de la sangre en la palangana y el chasquido del cuchillo raspando huesos.
—Al cabo de un buen rato, el médico terminó de cerrar la herida con la última puntada. Se le veía pálido y agotado. Sin embargo, el general se mantuvo inmóvil, sereno, con una sonrisa en la cara. Cuando le dijeron que todo se acabó, se echó a reír a carcajadas:
—Extraordinario. Ahora puedo mover mi brazo. En pocos días estaré bien. No me ha dolido prácticamente. Es usted maravilloso.
El médico le contestó con viva admiración:
—Jamás en mi vida he visto a alguien que haya podido aguantar el dolor con tanto estoicismo e integridad. Es usted realmente increíble.
No cabe duda del inusitado coraje del general, pero tampoco de su enorme capacidad para concentrase, en este caso en el ajedrez, y poder así retirar la mente de la zona agredida.