En las postrimerías de la primera dinastía, el reino Qin, que ostentaba la hegemonía dentro del imperio chino, realizaba frecuentes expediciones para anexionar nuevos territorios. Una vez, el poderoso ejército imperial sitió una ciudad estratégica del norte de China. Era muy peligrosa la situación, por lo que el rey de aquel país solicitó auxilio a otro reino del sur de China, el cual lo concedió inmediatamente con el fin de frenar la ambición expansionista del reino Qin. Un ejército compuesto de doscientos mil soldados salió urgentemente para socorrer a la capital sitiada.
El comandante general al frente de la expedición era un hombre arrogante y corrupto, que derrochaba el presupuesto militar en caprichos personales y grandes banquetes. A los pocos días se agotó el dinero y los soldados empezaron a pasar hambre. El comandante general ordenó detener la marcha a la espera de nuevos abastecimientos. Los soldados se amotinaron, mataron al corrupto jefe y eligieron al general Xiang Yu como nuevo comandante general.
El nuevo jefe ordenó reanudar el avance para cumplir la misión de socorro. Envió a una división para cortar la ruta de aprovisionamiento logístico del ejército enemigo, mientras que él dirigió personalmente al grueso de sus tropas en el paso del río fronterizo.
Una vez franqueada la frontera, se aproximaron a las tropas que sitiaban la capital extranjera. La batalla decisiva no tardaría en llegar. El nuevo coman' dante general ordenó que cada uno de los soldados llevara consigo la provisión de tres días y que rompieran todas las ollas. Quemaron el cuartel y hundieron todos los barcos para que nadie pudiera retroceder. Con eso se agotó toda posibilidad de retirada. Lo único que quedaba era luchar hasta el final para derrotar a los invasores.
Impulsados por la necesidad vital de ganar la batalla, sin ninguna esperanza de retirarse con vida, los oficiales y soldados se lanzaron contra los enemigos como tigres bajando de las montañas. Realizaron nueve ataques y causaron tremendas bajas en el ejército invasor. Algunos generales enemigos, no pudiendo resistir las acometidas, se rindieron. Otros fueron detenidos o murieron en la batalla. En poco tiempo el potente ejército del reino Qin se diezmó por completo.
La victoria de esa operación fue rotunda. No sólo salvó a un reino, sino también debilitó esencialmente la Dinastía Qin. Corno consecuencia de ese acontecimiento, la primera dinastía de China sucumbió al cabo de dos años.
En China, cuando alguien quiere ejecutar un plan asumiendo todos los riesgos que ello implique y descartando todas las demás alternativas, se suele aludir este hecho con la típica expresión de «romper la olla y hundir los barcos».