En una tarde de calor sofocante Nasrudín vio a un hombre que caminaba hacia él por el polvoriento camino, llevando un gran racimo de apetitosas uvas.
Un poco de adulación bien podría valer una uva.
Oh ! gran Jeque, déme unas uvas —dijo Nasrudín.
—No soy un jeque —respondió el derviche, pues era uno de esos viajeros contemplativos que rehuyen cualquier forma extrema de lenguaje.
—Es un hombre de aun mayor importancia y yo lo he menospreciado —pensó el Mulá—. En voz alta dijo: —¡ Walahadrat-a! [Alteza], ¡ déme sólo una uva! —; Yo no soy alteza! —gruñó el derviche.
—¡ Bueno, entonces no me diga qué es, o probablemente encontraremos que ésas tampoco son uvas! Cambiemos de tema.