¿Adónde vas, Mulá?
—Cabalgo hasta la ciudad.
—Entonces mejor deja tu burro, pues hay ladrones en el camino y alguno podría robártelo.
Nasrudín pensó que era más seguro irse con el burro que dejarlo en el establo de su casa, donde también podrían robárselo.
Por lo tanto, su amigo le prestó una espada para que, llegado el caso, se defendiera.
En un solitario lugar de la carretera vio a un hombre que caminaba hacia él.
—Este debe de ser un bandido —se dijo Nasrudín—. Le ganaré de mano.
El inocente viajero se sintió sorprendido cuando, al tenerlo al alcance de su voz, el Mulá le dijo:
—He aquí una espada, se la doy. Ahora, deje que me quede con mi burro.
El viajero accedió y tomó la espada, encantado con su suerte.
Al regresar a su casa, el Mulá le dijo a su amigo: —¿ Sabes ? Tenías razón. Las espadas son objetos muy útiles. La tuya me permitió salvar mi burro.