Las leyes, por sí mismas, no hacen mejor a la gente —dijo Nasrudín al Rey—. Es necesaria la práctica de ciertas cosas para lograr armonizarse con la verdad interior. Esta forma de verdad se asemeja muy poco a la verdad aparente.
El monarca decidió que él podía hacer —y haría—que la gente dijese la verdad. El podía obligarlos a practicar la veracidad.
Se entraba a su ciudad por un puente. Sobre éste hizo construir un patíbulo. Cuando al amanecer del día siguiente fueron abiertas las puertas, el Capitán de la Guardia se encontraba apostado allí con un escuadrón de tropas, para examinar a todo el que entraba.
Fue hecho este anuncio: 'Todos serán interrogados. Si dicen la verdad, se les permitirá entrar. Si mienten, serán colgados'.
Nasrudín se adelantó.
—¿A dónde va usted?
—Yo — dijo Nasrudín lentamente— voy camino a ser colgado.
—¡ No le creemos! —de contestaron.
—Muy bien, si he mentido, ¡cuélguenme!
Pero si lo colgamos por haber mentido, habremos hecho que lo que usted dijo sea cierto.
—Así es: ahora saben lo que es la verdad ... ¡ su verdad!