Una y otra vez el Mulá pasó de Persia a Grecia a lomo de burro. En cada viaje llevaba dos cestones de paja y emprendía sin ellos la penosa caminata de regreso. Cada vez la guardia lo revisaba buscando contrabando. Nunca le encontraron nada.
—¿Qué llevas? —le preguntaban.
—Soy contrabandista.
Años más tarde, habiéndose vuelto más y más próspero en apariencia, Nasrudín se mudó a Egipto. Allí se encontró con uno de los aduaneros.
—Dime, Mulá, ahora que estás fuera de la jurisdicción de Grecia y Persia, viviendo aquí con tanto lujo, ¿qué era lo que contrabandeabas, que nunca pudimos saberlo?
—Burros.