Nasrudín no era muy diestro en la escritura y su habilidad para leer era aun más pobre. Pero entre los aldeanos, era quien más sabía. Un día aceptó escribir una carta para un campesino, dirigida al hermano de éste.
—Ahora léamela —dijo el hombre—, porque quiero asegurarme de que no he olvidado nada.
El Mulá ojeó los garabatos. Al descubrir que no podía ir más allá de 'Mi querido hermano', dijo:
—No logro descifrarlo del todo. No estoy seguro si las palabras que siguen son 'saber' o 'trabajo', y 'antes' o 'corazón'.
—Pero es terrible. Si usted no puede leerla, ¿quién va a poder hacerlo ?
—Buen hombre —le contestó Nasrudín—, ése no es mi problema. Mi trabajo es escribir la carta, no leerla.
—Además —asintió el campesino, completamente convencido—, no está dirigida a usted, ¿ verdad ?