Nasrudín aceptó un trabajo como sereno. Su amo lo llamó y le preguntó si llovía. —Tengo que ir a ver al Sultán y el color de mi manto favorito no es firme. Si llueve, se va a arruinar —señaló.
Ahora bien, el Mulá era muy perezoso y además se consideraba a sí mismo como poseedor de una magistral capacidad deductiva. Al ver al gato que acababa de entrar, completamente mojado, respondió:
—Señor, está lloviendo a cántaros.
Su amo debió perder algo de tiempo para cambiar sus ropas por otras, y al salir se encontró con que no llovía. El gato había sido empapado por alguien que, para espantarlo y alejarlo, le arrojó agua.
Nasrudín fue despedido.