Un día, Nasrudín fue visitado por su viejo amigo, Jalal. El Mulá dijo: —Estoy encantado de verte después de tanto tiempo. Pero estoy a punto de efectuar una serie de visitas. Ven, acompáñame y podremos charlar.
—Préstame un manto decente —dijo Jalal—, porque, como puedes ver, no estoy vestido como para efectuar visita alguna.
Nasrudín le prestó un magnífico manto.
En la primera casa, el Mulá presentó a su amigo. —¡Este es mi viejo compañero Jalal, pero ese manto que lleva puesto es mío!
En camino al próximo pueblo, Jalal dijo:
—¡Qué cosa tan estúpida fue que dijeras 'El manto es mío'! No vuelvas a hacerlo.
Nasrudín lo prometió.
Cuando estaban sentados cómodamente en la siguiente casa, Nasrudín dijo: —Este es Jalal, un viejo amigo que vino a visitarme. En cuanto al manto, el manto es de él.
Al salir, Jalal estaba tan molesto como antes. —¿Por qué dijiste eso? ¿Estás loco?
—Sólo quise arreglar las cosas. Ahora estamos a mano.
—Si no te importa —dijo Jalal lenta y cuidadosamente—, no hablaremos más del manto.
Nasrudín así lo prometió.
En el tercer y último lugar que visitaron, Nasrudín dijo: —Permítanme presentarles a Jalal, mi amigo. Y el manto, el manto que lleva puesto... Pero no debemos decir nada sobre el manto, ¿no es así?