Una señora llevó a su chiquillo a la escuela del Mulá. —Se porta muy mal —le explicó— y quiero que usted lo asuste.
Nasrudín asumió una postura amenazadora, los ojos centellantes, la cara desfigurada. Saltó de un lado a otro y de pronto salió corriendo del edificio. La mujer se desmayó. Cuando se recobró, quedó a la espera del Mulá, quien regresó grave y pausadamente.
—Le pedí que asustara al chico, no a mí!
—Estimada señora —dijo Nasrudín—, ¿acaso no se dio cuenta de que también yo estaba asustado de mí mismo? Cuando el peligro amenaza, amenaza a todos por igual.