Era el día de la boda del Mulá. El matrimonio había sido acordado previamente y el Mulá nunca había visto la cara de su mujer. Después de la ceremonia, cuando ella se quitó el velo, Nasrudín pudo ver que era horriblemente fea.
Mientras estaba aún atontado por el impacto, ella le preguntó:
—Ahora, amor mío, dame tus órdenes. ¿Frente a quién debo bajar el velo y a quién me será permitido mostrar el rostro?
—Muéstrale la cara a quien quieras —gimió el Mulá—, siempre que no me la muestres a mí.