En la corte

Un día Nasrudín apareció en la corte luciendo un magnífico turbante en su cabeza. Sabía que el Rey lo admiraría y que, en consecuencia, quizá podría vendérselo.

—¿Cuánto pagaste por ese maravilloso turbante, Mulá? —preguntó el Rey.

—Mil piezas de oro, Majestad.

Un visir, que se dio cuenta de lo que el Mulá trataba de hacer, le murmuró al Rey:

—Sólo un tonto pagaría tanto por un turbante. El Rey dijo:

—¿Por qué pagaste esa cantidad? Nunca he oído que un turbante cueste mil piezas de oro.

—Ah, Su Majestad, lo pagué porque sabía que sólo existe un rey en el mundo que compraría una prenda como ésta.

El monarca ordenó que le fueran dadas dos mil piezas de oro a Nasrudín y tomó el turbante, sintiéndose contento por el cumplido.

—Usted puede conocer el valor de los turbantes —le dijo luego el Mulá al Visir—, pero yo conozco las debilidades de los reyes.