Cuando el Mulá era juez en su pueblo, entró una vez a la carrera en la sala de la Corte una desgreñada figura reclamando justicia.
—Me tendieron una emboscada y me robaron cerca de aquí ,—gritó—, en las afueras del pueblo. Alguien del lugar debe de haberlo hecho. Exijo que usted encuentre al culpable. Se llevó mi manto, mi espada y hasta mis botas.
—Veamos —dijo el Mulá—. ¿No se llevó su camiseta? Veo que aún la tiene puesta.
—No, no lo hizo.
—Pues entonces, el ladrón no era de este pueblo. Aquí las cosas se hacen cabalmente. No puedo investigar su caso.