Yo soy un hombre hospitalario —dijo Nasrudín a sus compinches reunidos en la casa de té. —Muy bien. Entonces, llévanos a cenar a tu casa —dijo el más glotón.
Nasrudín reunió a todo el grupo y se dirigió hacia su casa con ellos.
Poco antes de llegar les dijo:
—Me adelantaré y avisaré a mi mujer. Esperen aquí. Cuando Nasrudín le dio la noticia a su mujer, ella lo abofeteó. —No tenemos comida en la casa. Échalos. —No puedo hacer eso, mi reputación de hospitalario se halla en juego.
—Muy bien, ve arriba y yo les diré que no estás. Después de esperar casi una hora, los invitados se impacientaron y, apiñándose alrededor de la puerta, gritaron: —Nasrudín, déjanos entrar.
La esposa del Mulá salió y les informó:
—Nasrudín no está.
—Pero nosotros lo vimos entrar y hemos estado mirando la puerta todo el tiempo.
La mujer no respondió.
El Mulá, que observaba desde la ventana de arriba, no pudo contenerse e inclinándose gritó:
—¿Qué, no podría haber salido por la puerta de atrás?