Hallándose un día sentado en la casa de té, Nasrudín quedó impresionado ante la retórica de un erudito viajero. Al ser cuestionado sobre un asunto por uno de los asistentes, el sabio sacó un libro de su bolsillo y lo golpeó sobre la mesa diciendo:
—¡ Esta es mi evidencia! Y lo escribí yo mismo.
Un hombre que podía no sólo leer, sino también escribir, ya era algo raro. ¡ Qué decir de un individuo que había escrito un libro! Los aldeanos trataron al pedante con profundo respeto.
Días más tarde, Mulá Nasrudín se apareció en la casa de té y preguntó si alguien quería comprar una casa.
—Dinos cómo es, Mulá —le pidió la gente—, pues ni siquiera sabíamos que tenías casa propia.
—¡ Las acciones hablan mejor que las palabras! —gritó Nasrudín.
Extrajo un ladrillo de su bolsillo y lo tiró sobre la mesa, frente a él.
—Esta es mi evidencia. Examinen su calidad. Y la la casa la construí yo mismo.