Nasrudín penetró en un huerto y comenzó a juntar damascos. De pronto, el jardinero lo vio. De inmediato, el Mulá se subió a un árbol.
—¿Qué está haciendo aquí? —le preguntó el jardinero.
—Cantando. Soy un ruiseñor —contestó.
—Muy bien, ruiseñor, déjame oír tu canto.
Nasrudín gorjeó algunas notas inarmónicas, tan distintas de las de un pájaro, que el jardinero se rió.
—Nunca he oído un ruiseñor de esa clase —dijo. —Usted, evidentemente, no ha viajado —contestó el Mulá—. Yo elegí el canto de un exótico y raro ruiseñor.