Nasrudín y un discípulo marchaban por un camino. Cuando llegaban a una casa, se presentaban a su puerta a la manera de los derviches viajeros. Se les daba comida y también agua.
Nasrudín comía todo lo que podía y luego se echaba a dormir.
El discípulo comía un poco, después se sacudía y luego comía más.
Al cabo de varios días, el Mula le preguntó por qué comía en esa forma tan extraña.
—Bueno, Maestro, he descubierto que si como poco, luego bebo algo de agua y después acomodo todo con una sacudida, tengo mayor capacidad.
Nasrudín se sacó una sandalia y le zurró un par de golpes al joven.
—¿ Cómo te atreviste a ocultarme tan valioso secreto? ¡ Ah, pensar en la cantidad de comida que he desperdiciado por no poder comerla! Sabía que el límite de comer debía estar más allá del que yo podía alcanzar. Después de todo, el límite del llenar es el reventar.