Enfurecida por alguna razón con el Mulá, su mujer lleve, a la mesa una fuente con hirviente sopa, esperando que Nasrudín se quemara al tomarla. En cuanto hubo colocado la sopa sobre la mesa, se olvidó por completo y tomó una cucharada sin enfriarla. Las lágrimas saltaron de sus ojos, pero aun así esperaba que Nasrudín tomara la sopa hirviente.
—¿Por qué lloras ? —le preguntó Nasrudín.
—Mi pobre madre anciana, poco antes de morir tomó una sopa igual a ésta. El recuerdo me hizo llorar.
Nasrudín se volvió hacia su sopa y tomó una gran cucharada de sopa hirviente.
Las lágrimas pronto comenzaron a correr también por sus mejillas.
—¿ No me digas, Nasrudín, que estás llorando? —dijo el Mulá—, lloro al pensar que tu pobre madre murió y te dejó viva a ti.