Cierta tarde de verano, paseaba Nasrudín frente a un jardín amurallado y decidió asomarse para contemplar los encantos que pudiera haber allí. Escaló la pared y vio a una hermosa doncella en los brazos de un horrible monstruo, un ser deforme a los ojos de Nasrudín.
Sin un segundo de demora, el caballeresco Mulá saltó al jardín y, con golpes y maldiciones, puso en fuga a la bestia.
Al darse vuelta para recibir el agradecimiento de la dama, ésta lo golpeó en un ojo. Dos enormes sirvientes lo asieron y arrojaron a la calle, donde lo apalearon.
Desde el suelo, casi insensible, oyó a la mujer llorar histéricamente por su amado, a quien Nasrudín había ahuyentado.
—Sobre gustos no hay nada escrito —dijo Nasrudín. Luego de esto se acostumbró a caminar rengueando, con un parche en un ojo, pero ninguna doncella lo hizo entrar en su jardín durante sus paseos.