(Génesis I-II: 4)
El relato bíblico de la creación se organiza en una secuencia temporal de siete días.
El acto de la creación procede de la orden suprema de Dios. Empieza con el cielo y la tierra, con la tierra vacía y en oscuridad.
A continuación, Dios genera la luz, y con ella aparece lo que divide la noche del día. Separa las aguas de arriba de las de las profundidades mediante una sólida barrera. La parte superior se convierte en el cielo y la parte sólida inferior se convierte en la tierra.
Al día siguiente, reúne las aguas de debajo del cielo para que formen los mares, entre los que habrá terrenos secos a los que se llamará tierra. Después dispone que la tierra produzca vegetación y determina que las plantas se reproduzcan por medio de semillas.
El cuarto día, dota de luz a los cuerpos celestes: estrellas y planetas que regularán el tiempo. Después, llena el mar y el cielo de criaturas marinas y aves, a las que siguen los animales que han de vivir sobre la tierra, bestias salvajes y animales domésticos, puros e impuros.
Forma a los seres humanos, el masculino y el femenino, y les otorga el dominio sobre todas las criaturas del cielo, la tierra y el mar, y los crea a su imagen.
El séptimo día, Dios contempla su obra y, satisfecho, descansa de su labor.