Los hititas, un pueblo no semita, se establecieron en Asia Menor a principios del III milenio a. C. y acabaron por crear un imperio que abarcaba gran parte de Oriente Próximo y que duró hasta 1225 a. C, aproximadamente. El panteón hitita era mucho más amplio que el mesopotámico, porque su religión absorbió los cultos de otros pueblos, como los hati (los anteriores habitantes de Asia Menor) y los hurritas (del norte de Mesopotamia). La religión babilónica también ejerció gran influencia y su panteón contaba con varias deidades babilónicas.
Los mitos hititas se agrupan en dos categorías principales: la muerte del dragón y el dios perdido. El mejor ejemplo de la última es el mito de Telipinu, dios de la agricultura e hijo del tiempo atmosférico. Por alguna razón inexplicada, a Telipinu le da por esconderse y su ausencia destruye la naturaleza y la sociedad. El trigo y la cebada no crecen, bueyes, ovejas y seres humanos no pueden concebir y las hembras preñadas no pueden dar a luz. Incluso los dioses tienen hambre. Las divinidades (especialmente la del tiempo atmosférico) van en busca de Telipinu. Finalmente lo encuentran y Telipinu regresa volando sobre un águila. La prosperidad vuelve a la tierra y se promete vida y fortaleza al rey y la reina. Este relato quizá sirviera como invocación para inducir a un dios a que regresara a un fiel descarriado.