Acompañado de su sirviente Enkidu, Gilgamesh se aventura en el país de los vivos, consagrado a la deidad Enlil y protegido por un poderoso demonio llamado Huwawa. Cuando llegan a su destino, empiezan a talar árboles, a pesar de los terribles rayos de esplendor divino que emite Huwawa. Consiguen capturar al demonio y, aunque Gilgamesh está dispuesto en principio a respetarle la vida, al final le corta la cabeza, que le presentan a Enlil en su santuario de Nippur.
Enfurecido, Enlil convierte los siete rayos de esplendor en agentes de venganza que han de perseguir a Gilgamesh y a su acompañante. El texto se interrumpe en ese punto.
El relato empieza con Inanna cultivando un árbol de Huluppu, a orillas del Eufrates. Como el viento sur azota sus ramas, lo traslada a su santuario de Uruk, donde le dispensa muchos cuidados para poder hacer de su madera una cama y una silla.
Cuando el árbol crece lo suficiente, ella descubre que es incapaz de talarlo, porque está habitado por tres criaturas demoníacas: una serpiente entre las raíces, un ave rapaz en la copa y un demonio femenino en el tronco. Gilgamesh se presta a ayudarla y con su poderosa hacha abate el árbol y mata a la serpiente, aunque el demonio y el ave consiguen escapar volando.
Además del mobiliario, Inanna construye dos objetos con la madera del árbol, que presenta a Gilgamesh como recompensa, pero por alguna razón caen en el inframundo. Su sirviente Enkidu se muestra dispuesto a recuperarlos.
Gilgamesh le da instrucciones precisas sobre cómo comportarse en un lugar donde todas las pautas de conducta normal están invertidas. Enkidu desciende al inframundo, pronto olvida las advertencias e infringe todos los tabúes. Valiéndose de la mediación de la deidad Enki,
Gilgamesh convoca al espíritu de Enkidu a través de un orificio en la tierra; le explica las condiciones del País de los Difuntos, donde alguien con tres hijos tiene agua para beber, otro con siete hijos se encuentra cerca de los dioses, pero aquellos cuyos cuerpos no han recibido sepultura están destinados a errar eternamente sin reposo.