Este relato empieza con alabanzas por las victorias de Ninurta en el campo de batalla. Sin embargo, cuando regresa a Nippur, cargado con el botín de guerra y acompañado de un enorme séquito, su marcha triunfal pone en peligro la estabilidad del país.
Es convencido por el visir de Enlil, Nusku, para que modere su avance y, aunque lo retarda un poco, la asamblea de dioses se siente abrumada por sus trofeos.
Las tablas del destino fueron robadas del Cielo por el ave augur Anzu.
El aguilucho se lamenta ante Ninurta -responsable de ellas- de haberlas dejado caer en el abismo acuático (el Apsu), al haber sido atacado por Ninurta. Cuando se dirigen al Apsu para convencer al dios Enki de que devuelva las Tablas del Destino, Enki se niega.
Por despecho, Ninurta implica al visir de Enki. En venganza, Enki ingenia una tortuga gigante que ataca al joven dios mordiéndole en los dedos de los pies. Ninurta se defiende, pero Enki excava un hoyo en que caen él y su atacante.
Sólo las súplicas de la madre de Ninurta, Ninlil, convencen a Enki para que lo libere.