Las obras teológicas sumerias (himnos, plegarias, conjuros) y los mitos existentes reflejan la emergencia de un orden cósmico coherente, representado por varias deidades, cada una de las cuales desempeñará un papel esencial en la consecución de la armonía celeste y terrenal. Ello ocurre en paralelo con el ascenso al poder de la Tercera Dinastía de Ur, que supuso que las ciudades sumerias, hasta entonces independientes, quedaran integradas en un solo cuerpo político, gobernado por reyes que asumieron una condición casi divina. La creación y el mantenimiento de dicho orden (Enmesh y Enten, Lahar y Ashnan) y su protección contra las fuerzas del caos o pretensiones rivales son un asunto característico de la mitología sumeria (el Descenso de Inanna al inframundo, los mitos de Ninurta). Varios mitos de origen proponen relatos etiológicos de instituciones sumerias, prácticas y rituales (Enki y Ninmah, Enlil y Ninlil). Sin embargo, los mitos más célebres funcionan a varios niveles simultáneamente: pueden reflejar el trasfondo socio-político de una sociedad burocrática y jerárquica y proyectan la imagen de un universo bien regido; al mismo tiempo, apelan a problemas humanos generales y a las ambigüedades de la vida y la muerte en un contexto histórico concreto. Asimismo, el estilo y los artificios poéticos de los mitos sumerios abarcan desde la solemnidad litúrgica y las letanías hasta los diálogos obscenos o los sentimientos líricos, muchas veces en un mismo texto (Enki y Dilmun).