La mayoría de los mitos sumerios se conoce a partir de tablillas de escritura cuneiforme que datan de comienzos del segundo milenio a. C., aunque algunas de ellas se remontan incluso a 700 años antes. Las tablillas fueron descubiertas entre los restos de archivos de templos, y casi todos los mitos presentan a las deidades veneradas en dichos santuarios.
Aún no hay acuerdo sobre su intención: se trata de elementos de narraciones populares; algunos pasajes parecen referirse a formas de culto, mientras que otros contienen diálogos que tal vez fuesen recitados en algunos festejos. El trasfondo general de los textos muestra un estado burocrático urbano y centralizado (el Imperio Sumerio de la Tercera Dinastía de Ur), que impuso el control sobre unidades políticas más pequeñas con carácter de ciudades-estado.
La reconstrucción y la traducción de los mitos sumerios están plagadas de dificultades. Las tablillas se conservan en estado fragmentario y se han perdido pasajes cruciales. Además, el conocimiento lingüístico de aquel idioma todavía es incipiente y no hay consenso en lo relativo a la gramática del sumerio.
Por ello, todas las traducciones son cuando menos provisionales, y muchas antiguas versiones publicadas presentan pocas garantías y están desfasadas. Igualmente, las interpretaciones sobre el significado, la función e incluso el contexto de composiciones individuales son subjetivas y quedan rápidamente reemplazadas por otras.
Los sumerios desarrollaron un sistema político y un cuerpo religioso que siguió constituyendo la base de la vida de Mesopotamia durante mucho tiempo. La sociedad estaba organizada en torno a la ciudad-estado, cada una de ellas con una deidad tutelar. La religión popular era animista: se creía que el mundo estaba plagado de fuerzas misteriosas e impredecibles. Se ha conservado una gran cantidad de textos que consisten en conjuros para rechazar a los demonios, y también abunda la literatura de adivinación, con la que se esperaba predecir el futuro. Junto a esto convivía la religión oficial, con sus grandes templos, sus complicados rituales y sus sacerdotes profesionales, de los que dependían el bienestar de la sociedad y el Estado. Los grandes dioses estaban organizados en un panteón, fruto de las especulaciones teológicas de los sacerdotes. El derecho al trono era un don divino, otorgado por el cielo: el bienestar de la nación iba unido al del rey, figura sagrada que desempeñaba el papel fundamental en las principales celebraciones religiosas.
La mayoría de los mitos surgió en los centros de escribas dependientes de los templos y se encuentran en las tablillas de arcilla (en la escritura cuneiforme desarrollada por los sumerios) que se han hallado en los archivos de ciudades como Ur, Babilonia y Nínive. En muchos casos, los textos -sofisticadas composiciones poéticas que narran las hazañas de un número limitado de deidades, así como motivos folclóricos y leyendas de héroes semidivinos- son fragmentarios y aún se debate su interpretación exacta.