Al final, la muerte, ya prevista desde el inicio, acaba triunfando el hombre debe morir, recibiendo por varias vías el mensaje de que no es eterno. Con frecuencia, este mensaje parece insustancial, pero esto sólo refuerza el delicado equilibrio que sostiene y define la condición humana. Un camaleón suele traer un mensaje de vida, pero es vencido por un rival más rápido, o bien éste altera el mensaje.
A veces, el mensaje de vida es cruelmente destruido, o se pierde porque el emisario tiene hambre o está cansado. O bien Dios cambia de opinión. En todos los mitos está implícita la posibilidad de la vida eterna -como un suplicio, una tentación o un estímulo-, pero sólo sigue siendo una promesa desdibujada, ya perdida.
En algunas historias, el ser humano rompe un precepto, transgrede una prohibición, no repara en una posibilidad o malinterpreta un mensaje por avidez, arrogancia, curiosidad o desesperación, y la vida eterna se convierte en una esperanza distante y obsesiva.
La serpiente ha sido condenada en África a ser siempre cazada por el hombre como castigo por haber robado las pieles que podían haberlo mantenido eternamente joven.