El mito es una metáfora constante de lo que el hombre puede llegar a ser, al pasar del caos de su vida a una especie de orden eterno. Es una forma de ritualizar su vida cotidiana, es un vínculo con los dioses.
Pero mientras exista este deseo de orden, existe también el peligro de anhelar la unidad con Dios, el regreso a la Edad de oro, lo que significa una pérdida del libre albedrío. Los mitos suelen comenzar con una escena doméstica familiar, que la audiencia pueda entender fácilmente: un acto humano violento, la persecución de un novio o una novia, alguien atacado. De estos hechos, con frecuencia antisociales, surge una nueva vida.
La atrocidad tiene un sentido porque representa el caos; por el contrario, la creación resultante representa el orden. El ser humano anhela recuperar la unicidad perdida. En su interior se desencadena una batalla: el deseo de unicidad por una parte y la demanda de independencia por otra.
Esta lucha se intensifica al acercarse a la edad actual, y el hombre lo ve reflejado sobre todo en los personajes del burlón y el héroe, donde se perpetúa la lucha entre una humanidad con voluntad propia y un regreso indiferenciado a la divinidad. Esta unidad con lo divino se va perdiendo a medida que cobra más importancia el mundo actual, y el burlón profano se convierte en el espectro de lo que hombres pueden llegar a ser si se alejan de Dios: la amoralidad de la indiferencia.