PORTADORES DEL FUEGO

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En África se atribuye a numerosos animales la adquisición del fuego: los pigmeos a un perro o a los chimpancés, mientras que los ila de Zambia dicen que el Gran Dios se lo dio en el cielo a una avispa que lo trajo a la tierra. El siguiente mito de los san (bosquimanos) cuenta que el fuego fue robado por una mantis religiosa, insecto que se considera sagrado en gran parte de África.

Un día, la Mantis observó algo extraño: que el lugar en el que comía el Avestruz siempre olía bien. Se aproximó al ave mientras ésta comía y vio que estaba asando comida en una hoguera. Cuando hubo acabado, el Avestruz ocultó cuidadosamente el fuego bajo un ala.

A la Mantis se le ocurrió una estratagema para conseguir el fuego. Fue a ver al Avestruz y le dijo: «He encontrado un árbol maravilloso con fruta deliciosa.

Sígueme y te lo enseñaré.» El Avestruz la siguió hasta un árbol cubierto de ciruelas amarillas y cuando empezó a comer, la Mantis le dijo: «¡Estírate, porque la mejor fruta está arriba!» Al ponerse de puntillas, el Avestruz abrió las alas para mantener el equilibrio y la Mantis le robó el fuego. A partir de entonces, el Avestruz nunca ha intentado volar y mantiene las alas pegadas al cuerpo.

El relato continúa con la destrucción de la Mantis por el que ha robado. De sus huesos y cenizas surgen dos Mantis distintas: una reservada y previsora y otra osada y emprendedora. Un día, los mandriles matan al hijo de la Mantis osada y le sacan el ojo. El espíritu de la Mantis ve lo ocurrido en un sueño y lucha contra los mandriles, los vence y recupera el ojo, que al sumergirse en agua se transforma en un nuevo ser.

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