El canibalismo constituía un rasgo muy extendido de las creencias amerindias y en Sudamérica existían diversas formas, bien documentadas históricamente. Estrechamente vinculado con las ideas de guerra, muerte y regeneración, el canibalismo guardaba menos relación con el alimento que los conceptos de identidad social, parentesco y transferencia de la esencia del alma de una persona a otra.
En el «exocanibalismo» se comía real o simbólicamente la carne de un enemigo como expresión de fiereza guerrera o como humillación y venganza extremas. Las tribus caníbales inspiraban gran temor, pues se creía que sus guerreros estaban poseídos por un feroz espíritu de jaguar que los movía a despedazar y devorar a su presa.
En el «endocanibalismo» existía una motivación más respetuosa: se reducían a polvo los huesos de un muerto y se añadían a la cerveza de mandioca, que bebían los familiares del difunto, pues se creía que los huesos conservaban elementos vitales del espíritu de la persona, que podían perpetuarse en vida de quienes consumían ritualmente al difunto.