Para algunas tribus amerindias, la caza de cabezas estaba cargada de significado sobrenatural y ritual.
Entre los jíbaros del Ecuador, que mantuvieron esta costumbre hasta los años 60, el privilegio de apoderarse de cabezas humanas estaba restringido a un grupo de guerreros temidos con fama de grandes matadores.
En el pensamiento de este pueblo, matar y cortar cabezas eran dos actividades íntimamente asociadas con la posesión de dos clases de almas, la Arutam y la Muisak.
Quien tenía la primera podía participar en las expediciones de caza de cabezas, y la segunda estaba destinada a vengar la muerte de quien la poseía. Pero si se reducía la cabeza de un cadáver, el alma Muisak era irremediablemente arrastrada a ella e incapaz de escapar.