Para los barasana, el Sol y la Luna eran hermanos. Un día, la Luna anunció que se iba a convertir en el día y secó los úteros de las mujeres. El Sol, su hermano menor, pensando en las necesidades de los hombres, intervino en el asunto quitándole el día a su hermano y dándole la noche.
Mientras la luz del Sol era fuerte y brillante, la de la Luna era débil, por ello cambió su cuerpo en sangre y se quedó como una masa de pintura roja. Entonces, la Luna descendió a la tierra y entró en una casa cuyos habitantes habían muerto. Se sacó la brillante corona de plumas y ésta llenó de luz la casa, colgándola luego en un poste central de la vivienda. La Luna se transformó a continuación en un armadillo y comenzó a comer los huesos de los muertos.
Un hombre que se había ocultado en las vigas cogió la corona de la Luna y la ocultó en una vasija, con lo que la casa se quedó a oscuras. La Luna recuperó su corona, la volvió a colocar en su cabeza y regresó al cielo.
Es así como al Luna desciende a la tierra para comer los huesos de los hombres que han hecho el amor con mujeres que tenían la regla. Cuando la Luna se vuelve roja, la gente grita: el espíritu de un pariente muerto responde a los que están a punto de morir, mientras que para los que deben seguir viviendo no hay respuesta.