Para los pueblos andinos, el mundo físico estaba unido al social a través del mito. Se realizaban peregrinaciones a montañas sagradas y campos nevados, como si fueran antepasados capaces de dar buena suerte y fertilidad si eran tratados con respeto. En la época inca se reinterpretaron las tradiciones antiguas. Donde antes se veneraban antepasados del pueblo, los mitos y ritos locales pasaron a formar parte del nuevo orden inca y se comenzaron a adorar las momias de sus emperadores. Las mujeres adquirieron nuevos roles con la creación de las Aellas o mujeres elegidas, que servían a la familia real y en el culto del dios sol Inti, patrón mítico de la realeza.
Las ideas antiguas se manipularon para crear el sistema ceque, una serie de líneas rectas que irradiaban desde el templo del Sol de Coricancha en Cuzco. Cada línea ceque tenía huacas sagradas distribuidas en toda su longitud, organizando el espacio geográfico y simbólico inca, y asociadas con líneas de parentesco real, sistemas de caminos y las cuerdas anudadas llamadas quipu, en las que se guardaban registros administrativos.
Aunque los sacrificios de llamas, cobayas y las ofrendas de coca eran tradiciones milenarias, los incas consideraban los sacrificios infantiles, capaochas, como los regalos más valiosos a los dioses. Traídos a Cuzco desde todos los rincones del Imperio, intervenían en rituales estatales antes de volver a casa, capaces de renovar simbólicamente los vínculos imperiales a través del sacrificio.