Según el cronista inca Garcilaso de la Vega, un relato mítico del mundo andino dice así: en tiempos antiguos, el lugar estaba lleno de montañas y la gente que poblaba la tierra vivía como bestias salvajes. No tenían religión, orden social, compartían las mujeres y no había casas ni ciudades. Habitaban las grutas o hendiduras en grupos de dos o tres, no llevaban ropa y no sabían hacer lana o algodón.
Los individuos que querían cubrir su cuerpo lo hacían con hojas y pieles animales. En lugar de cultivar la tierra, comían carne humana, plantas silvestres y raíces.
El Sol miraba con piedad a estas criaturas y envió a dos de sus hijos, un chico y una chica, a instruirlos de la forma necesaria para llevar una vida civilizada y para que pudieran honrarlo como a su dios.
Los envió al lago Titicaca con instrucciones de que clavaran una vara dorada en el suelo cada vez que se detenían a comer o descansar. En el lugar donde la vara se hundiera en la tierra con facilidad encontrarían la ciudad sagrada del Sol. Luego dio órdenes a sus dos hijos para que alimentaran, administraran y protegieran a las gentes a las que civilizaban y para que las trataran como sus propios hijos. Imitad mi ejemplo, dijo. Les doy mi luz y resplandor... los caliento... hago crecer sus pastos y cosechas... doy frutos a sus árboles ... y traigo la lluvia y el buen tiempo.
El Sol prometió convertir a sus dos hijos en jefes y señores de todo lo que cuidaran e instruyeran. Los dos se pusieron en marcha, dirigiéndose hacia el norte y deteniéndose en muchos lugares para probar la vara dorada. Al final llegaron a una pequeña posada conocida como Pacárec Tambo o la Posada de la aurora. Desde allí llegaron al valle de Cuzco, que era salvaje en esa época.
En un lugar denominado Huanacauri, introdujeron la vara en el suelo y ésta se hundió rápidamente y la perdieron de vista. Luego, la pareja se separó y viajó por la tierra para agrupar los diversos pueblos del mundo, impresionándolos con su conducta, sus ropajes y el conocimiento de la vida civilizada. Su número creció considerablemente y las gentes los veneraron como dioses y los obedecieron como reyes. De esta forma, se fue poblando la ciudad de Cuzco.